19 de març 2011

LA APITOXINA, MEDICINA O VENENO

 Es muy conocido un antiguo y popular dicho que reza que aquello que no nos mata, nos fortalece. Quizás sirvió para que Teofrasto Paracelso, médico y alquimista Suizo (1493-1541)  dilucidara que dependiendo de su cantidad, cualquier sustancia pudiera ser sanadora o mortal: el láudano, la triaca, la mandrágora, el nepente, el kambó, el acido acetil salicílico, y hasta el agua.


Los orígenes de esta sabia farmacopea se pierden en el tiempo, ¿Cuántos tratados de medicina de cuando la letra se grababa en royos no perdieron su contenido en la brutal destrucción de la biblioteca de Alejandría, y cuántos no llegaron siquiera a ser escritos?… y sin mirar al oriente, a los Vedas y los Upanishads o a la milenaria China. Todo, hasta los compuestos radioactivos, pueden ser usados para matar o para curar, según sea el caso, en ese campo donde aparece el ingenio del hombre. Es bien sabido entre entendidos y curiosos que desde que el hombre es hombre se ha servido de las abejas, y es imposible lidiar con ellas sin ser picados, por eso salta a la luz de la lógica, que cuyos efectos han sido conocidos desde la más temprana antigüedad de nuestro genero.  La abeja, que nos refiere directamente a la dulzura de la miel, a las bondades del propóleos, o a la riqueza del polen, también da cuenta de un insecto ponzoñoso, irritable, feroz y suicida, capaz de infringir el más cruel dolor, hasta la muerte, si es molestado. Y no es menos cierto; la Apitoxina, nombre que le dimos al veneno de las abejas, cuenta entre las sustancias más bioactivas que se conocen. Su fórmula, diseñada y ensayada por la naturaleza desde hace 200 millones de años es imposible sustituirla, ni con los más modernos métodos de síntesis bioquímica. Los componentes que alberga, son tales y sus concentraciones tan precisas, que resulta imposible copiarla, incluso al ser extraída de la propia abeja, al más leve contacto con el aire, se desnaturaliza perdiendo de inmediato su actividad.

No sé si es parte de la leyenda que nosotros, los mismos defensores de esta práctica hemos creado,  pecando de fabuladores a favor de una verdad, que por fuerza propia se ha hecho camino al andar, y le hemos dado origen y crédito, poniendo en la pluma de ilustres sabios antiguos ciertas atribuciones. Pero se dice, que Hipócrates, el mismísimo padre de la medicina, 400 años antes de Cristo, denominó al veneno de las abejas como “extraña y misteriosa medicina” enfatizando sus efectos para aliviar dolores e inflamaciones. Galeno, otra eminencia médica de la antigüedad, 200 años antes de nuestra era, la utilizó para curar el reumatismo y la podagra. Y de esta forma, pudiéramos decir sin temor a equivocarnos; que a través del tiempo, se cuentan los registros de curanderos o médicos que utilizaron el veneno de las abejas para aliviar la rigidez articular, y otras dolencias.

No son pocos los campesinos que saben empíricamente que las picaduras de abejas alivian los dolores de las manos y rodillas. En una recopilación de testimonios tomados entre los apicultores Ucranianos en los siglos XIX y XX, y que figuran en un popular y didáctico volumen sobre la farmacopea apícola titulado “Las farmacéuticas aladas” de dos autores Rusos, se narra como ciertos casos accidentales de personas atacadas por las abejas, nunca más padecieron de enfermedades infecciosas o virulentas, aún estando expuestos a ellas. En tales comunidades de campesinos, que por generaciones vivieron de la apicultura, se constatan promedios casi inverosímiles de longevidad entre sus pobladores, y cabe preguntarse ¿por qué?

A pesar de tales antecedentes, al parecer, no es hasta 1930 que se empezaron a hacer estudios serios y protocolizados con el método científico. Tampoco hay que menospreciar a nuestra moderna ciencia, que a pesar de los pro y los contras, ha tenido que investigar a fondo este misterio de la aplicación terapéutica de determinadas dosis de Apitoxina, es decir: la Apiterapia.

De los años 40 del siglo pasado datan los primeros intentos por dilucidar la naturaleza y la composición química del veneno de las abejas. En Nueva York, el Dr. Beck investigó sus cualidades antiinflamatorias y antimicrobianas, y durante los años 50 el Dr. Broadman introdujo la Apiterapia dentro de su práctica médica para el tratamiento de la Artritis Reumatoide, con resultados positivos. Otro personaje importante dentro de esta gesta fue Charles Mraz, natural de Vermont y apasionado apicultor, que logró la creación en 1978 de la American Apitherapy Society, hoy devenida institución, en cuya membrecía figuran médicos, investigadores y terapeutas de todo el mundo.
Autor: Raúl Herrera - Biòleg i Apiterapeuta